miércoles, 27 de mayo de 2015

Del libro Héroes de 35 batallas: la vida del Bullanga Sánchez.


 
Capítulo I

“Una culebra”

   El juego estaba emocionante; se mantenían en extra innings. Al abrirse la doceava entrada, los cartones estaban 0 a 0. Por el equipo de Los Ostioneros de Guaymas se mantenía sobre la loma de lanzamiento Vicente “El Huevo” Romo, oriundo de Santa Rosalía, Baja California Sur; por el equipo contrario otro Sudcaliforniano, pero éste de San José del Cabo, Salvador “La Bullanga” Sánchez.

   Como primer bateador se presentó Héctor Torres a quien “El Huevo” Romo lo ponchó, luego dominó a Cosme Retamosa en rola a la segunda base. Enseguida “El Borrego” Ortiz pegó un candente doble contra la barda del jardín izquierdo tapando a Wilfredo Arano; el batazo le cortó la respiración al manejador de Los Ostioneros “La Bachicha” Fraile ante la algarabía de los venados y el ¡Aaahhh!, de los dos mil aficionados que se encontraban en las gradas del estadio Abelardo L. Rodríguez. Como cuarto bateador se presentó al Huevo Romo, en esa 12ava entrada, el lanzador josefino. Dicen los libritos que por lo regular el pitcher que batea es dominado fácilmente.

   Para lanzar al home, el ´Cachanía´ Romo efectuó los movimientos propios; bajó la cabeza; se acomodó la gorra, de reojo cuidó al “Borrego” en la segunda base; el cátcher le pidió la recta: ¡´Estraic´!, contó el ampáyer “El Lobo” Castro; El “bullanga” salió nervioso del área del bateador, regresó. Vicente Romo sonreía – Es mío – pensó. Volteó a la segunda base, le pidió a sus  jugadores que cerraran el cuadro para detener al corredor o hacer ´aut´ en la primera base. Pidió la señal de su receptor, aceptó el ‘eslider’, colocó los dedos sobre las costuras de la pelota, vio al corredor, lanzó: ¡´Estraic´! Repitió el ampáyer Castro.

   Las estadísticas estaban en contra del “bullanga”: 2 strike, 0 bolas. 2 outs. Enseguida “El Huevo” Romo le pasó dos bolas pegadas al cuerpo. Con ello se cumplió el adagio que se conoce  como  “la  cuenta  de  los  patitos”. “2 2 2”. Dicen los conocedores que el bateador que tiene esos números es ponchado.

   “La Bullanga” se ve inquieto, sabe de los adagios. Pide tiempo, voltea al cielo. En esos momentos recuerda el juego con Reynosa: en 13 entradas, con el juego empatado, propinó un “jonrón” que dejó a los petroleros de Poza Rica en el campo. Se santiguó.

   -- ¡Ay, papá! – Especuló el “huevo” – le voy a pasar la recta, ja ja ja – reía en sus adentros. Cambió el pedido del cátcher, le hizo señas con el rostro hacía delante. Se pusieron de acuerdo. Soltó la bola.

   -- ¡Ploaff! – Un batazo desganado pasa por entre  el segunda y el primera base.

   -- ¡Parece una culebra! – Exclamó riéndose el “Bullanga” al momento de correr hacia la primera base.

   -- ¡Pa´ que cierran el cuadro! – Gritó el “Pato” Caribe desde las gradas.

   Al lanzamiento, el “Borrego” Ortiz había salido al robo por indicaciones de su manejador. El jardinero derecho no alcanzó a tirar para home ya que el corredor había llegado parado con la carrera del  desempate.

   Al cierre de la doceava entrada, “La Bullanga” salió en plan grande: sabedor que él había provocado la carrera del desempate, influyó para lanzar con tranquilidad. Aunque su cuadro le jugó una mala pasada con el primer bateador.

   Graciano Enríquez pegó un elevadito al derecho. Tawa Lizárraga quiso atrapar de “aire” pero la bola picó internándose en la profundo del jardín convirtiéndose en un triple. El griterío apagó las voces de los jugadores que pretendían encontrar error en el pitcher o en el jardinero; en fin, los aficionados son así: gritan de gusto pero también critican la labor del pelotero.

   Los buenos beisbolistas demuestran su grandeza creciéndose ante la adversidad: El segundo bateador, Ronnie Camacho, después del dos bolas y dos ´estraic´, se ponchó con la bola que hizo famosos al josefino; tenedor volteado, como le llamaba él a la bola que le afinó el manejador de los broncos de Reynosa. Con esa bola enfrió las aspiraciones del jonronero.

   Como tercer bateador, el “Yaqui” Rios, con la cuenta de una bola y un strike sacó una candente línea que atrapó el short stop Remmes, éste sonrió al ver a Graciano que amenazó con despegarse de la tercera base.

   El cuarto bateador, el Pilo Gaspar, al segundo lanzamiento pegó una línea hacía la antesala donde Héctor Torres tomó a una mano para el tercer ´aut´.

   La “Bullanga” Sánchez inmediatamente fue felicitado por todos los de su equipo, mientras que el “Huevo” Romo fue olvidado momentáneamente por sus compañeros. En el rostro del manejador se observó una mirada cargada de emociones encontradas.

   -- No pasa nada – Le dice la “Bachicha” Fraile en un afán de simpatía – es sólo un juego más.

   La tambora, salida de quién sabe dónde, vino a alegrar, aún más, al gentío que empezó a bailar el sinaloense. Entre berridos, aullidos y gritos, la “Bullanaga” era paseado en hombros entre los aficionados que brincaron la valla del estadio.

   Durante las 3 horas que duró el juego de pelota, el “Pato” Caribe se había terminado un litro de tequila con limón y sal. Este singular aficionado cada que tocaba puerto buscaba un estadio de béisbol para ver jugar a sus paisanos. El “Pato” conoce metro a metro los litorales de la península Sudcaliforniana, como también los de Sonora y Sinaloa.

   En 1950 acompañó al escritor inglés Mr. Gadner a conocer el santuario de la ballena gris: Ojo de Liebre. En esta zona existe una loma conocida como la Concha hasta donde entran las ballenas a parir. El espectáculo es impresionante: unas entran y otras salen por entre unos canales que para tal fin creó la madre naturaleza.

   El “Pato” Caribe tiene una panza que bien le podría caber un barril de 40 litros. De brazos gruesos, no del tipo fofo que no hace nada o que sólo se la pasa comiendo y durmiendo, no. Los brazos de este aficionado son fuertes pues los construyó al través del tiempo moviendo cabezales y piezas enormes de la maquinaría de los barcos donde prestó sus servicios como mecánico.

   De un metro 85 centímetros de estatura y 140 kilos de peso hacen que cualquier mujer se fije en él. Completan su constitución física unos ojos verdes, cabello ensortijado y tez de bronce, curtida con los mares que bañan  el  Golfo de California  y parte del Océano Pacífico hasta llegar a las Islas Marías, Socorro y las Cliperton; esta última isla alguna vez fue de los mexicanos pero al firmarse la venta de Nuevo México, la isla se fue entre los escondidos papeles que no pudo leer el presidente Santana al tener un magnífico fajo de billetes verdes entre sus manos.

   Una vez que el “Pato” se terminó el litro de tequila se retiró al cuarto del hotel, con la dama que lo acompañaba, donde pasaron una velada cargada de erotismo y juegos lingüísticos que hicieron más placentera la noche.

   Otro día se curó la cruda con un caldo de jaibas, cabeza de mero y camarón. Durante ese día no probó un sólo trago para su mal estomacal: tomó eso sí, leche, refresco de soda, aguas frescas mientras terminaba de darle rienda suelta a su fijación sexual. Por la noche se tomó una copa “para dormir a gusto”.

   Le contó a su amante ocasional que el cabezal de un motor del barco “Tiburón” le cayó en el pie derecho, pero para su buena suerte, el peso del fierro quebró el piso hacía la bodega, accidente que le permitió “sacar” el pie donde sólo un raspón le quedó como mudo testigo de su “buena estrella”. A partir de ahí cambió de oficio: de maquinista se convirtió en pescador.

   Con un palangar de 200 anzuelos dice que logran capturar 20 o 30 toneladas de carne de tiburón. Lo que mejor utilizan de esta especie son las aletas y el hígado. Las fibras de las aletas son muy cotizadas como platillo entre los gourmets internacionales; del hígado sacan aceite para venderlo en los Estados Unidos de Norteamérica.

   Esa noche del 17 de octubre de 1966, en la comodidad de su hogar, el “Bullanga” mostraba su euforia cantando, bailando, riendo – Hubieras visto la cara del “Huevo” – Le confió a su esposa que lo veía ir y venir por todos los rincones de su casa – no podía creer que un novato, como él me dijo, le pudiera aguantar doce entradas y mucho menos que le bateara empujando la carrera del gane.

   -- Recuerda que la humildad es un don que Dios nos dio – Comentó casi para sí la reina del hogar – no debemos reírnos del caído – agregó – debemos recordar de dónde venimos, cuáles son nuestros orígenes para que, cuando tropecemos en la vida, el golpe no nos duela tanto – Hilda conocía bien a su esposo el cual se enojaba con suma facilidad cuando las cosas no le salían como él quería.

  -- Tienes razón vieja – Respondió con alegría – ven, siéntate a  mi  lado – la  invitó  a  compartir  un  espacioso sillón que tenían frente al aparato de sonido que utilizaban para escuchar la música de Armando Manzanero, sobre todo su canción favorita: Esta tarde vi llover, vi gente correr y no estabas tú... – En 1948 mis padres me llevaron de San José del Cabo a La Paz – empezó a relatar su origen – en Cabo mi papá se dedicaba a lo que caía, en eso tuvo la oportunidad de manejar un taxi que empezó a conducir en La Paz – suspiró hondo – cerca de la casa dónde llegamos vivía un señor que tenía una tienda y nos platicaba que había jugado béisbol con la Suela Viosca, yo creo que fue por esas charlas lo que ayudó a florecer mi afición por el juego de pelota.

domingo, 17 de mayo de 2015

Tragedia en el Golfo de California



Desaparece el Barco San Miguel

   En 1967, cuando La Bullanga Sánchez, jugando para Los Venados, impuso el record de 13-5, en juegos ganados y perdidos, se recuerda la adversidad por la que cruzó el barco San Miguel, el cual había zarpado del puerto de Mazatlán Sinaloa, a las 5 de la tarde del día 21 de diciembre, con su carga acostumbrada: Gasavión y gas butano; también cerveza, cemento, varilla, refrescos orange, tónico, plátano, fríjol y otros, con destino a La Paz, B.C.S.

   Una hora antes habría zarpado el barco Santa Teresa, al cual, el San Miguel, alcanzó a medía travesía, a las primeras horas del siguiente día, pitando con alegría que llegarían a tierra antes que ellos. Las máquinas del San Miguel superaban con mucho a la potencia del Santa Teresa pues éste era de mayor eslora y por lo tanto de menor velocidad; mientras que uno hacia 24 horas de travesía, el otro se tardaba 24 horas más.

   A las 5 de la tarde, del día 22, Juan el Güilo García, capitán del barco propiedad de su hermano Francisco, el Bronco, García Castro, habló por radio con el Chanto, otro de sus hermanos, diciéndole que estaban a 20 millas de la isla de Cerralvo, venían a tiempo, para las 8 de la noche estarían amarrando en el muelle fiscal.

   Luis Miguel, administrador y hermano de la prolífica familia García Castro, fue notificado del arribo, en el tiempo previsto – ¿Vas a ir a Petróleos? – Le preguntó a su hermano el Chanto.

   -- Ya sabes que me gusta ir a Punta Prieta para ver pasar los barcos del Bronco – Respondió el Chanto que era el encargado del archivo, la radio y demás registros de almacenaje en su casa de las calles Encinas y Revolución. El almacén de la empresa García Gas, S.A., lo tenían en la esquina sur de las calles Márquez de León y Revolución, a dos cuadras de las arregladas oficinas.

   El Bronco, como le decían a Francisco, vivía en Mazatlán, desde donde manejaba otros barcos de su propiedad, como son el Aventurero, San Jorge, Doña María, Don Miguel, el Turista, San Juanico y el Granito de Oro, transportando diferentes mercancías a los puertos que así lo requerían.

   Por la tarde el Chanto le pidió a sus hijos, Juan Diego y Chuy, que lo acompañaran a ‘Petróleos’. Los jovencitos de 13 años de edad felices se subieron al vehículo, hoy, clásico, modelo 1953, marca chevrolet, color blanco y azul. Cruzaron el malecón paceño con el viento de frente, para luego tomar la carretera al puerto de Pichilingue, donde prendió las luces del ‘fajadito’

   A un lado del faro de Punta Prieta, en los almacenes de Petróleos Mexicanos, el Chanto parqueó su lujoso automóvil, de donde bajaron los jóvenes para lanzar piedras sobre el espejo que formaban las aguas de la Bahía, mientras el papá atisbaba al horizonte en espera de ver el barco.

   Las horas se fueron alargando, hasta que el padre decidió volver a su casa-oficina para hablar por radio y enterarse del retraso – Vámonos – Les pidió a su hijos... 

   -- Pero apá – Intervino Juan Diego -- mi tío Juan todavía no pita de su barco como lo hace cuando pasa por aquí

  -- Quien sabe que pasó, vámonos – Insistió – voy a hablar por radio para saber que pasó.

   De regreso el silencio del padre se transmitió a la parte sensible de los hijos que sólo se veían a los ojos. – ¿Qué pasaría? – Preguntó Juan Diego.

   -- ¡Cállate!, ya sabes cómo se pone cuando lo interrumpimos – Respondió Chuy.

   Por la noche, vía radio el Chanto se comunicó a Mazatlán con su hermano Francisco, notificándole que el radio de Juan no tenía comunicación. – No te preocupes, de seguro llega de un momento a otro. 

   La angustia, y el frío viento del norte, del 22 de diciembre de 1967, no permitieron que los familiares de la tripulación del barco San Miguel pudieran dormir.

   Otro día, el barco Santa Teresa arribó al puerto de La Paz sin tener conocimiento del San Miguel – Nos pasó en los veintitrés de latitud norte y ciento siete, treinta de longitud oeste, a las cinco de la mañana de ayer. Ya no supimos más de ellos. Pensamos que estarían aquí, todavía nos jugaron una vacilada diciendo que a pesar de salir más tarde, llegarían más temprano.

   Francisco subió a un avión de la Fuerza Aérea Mexicana, junto a su hermano Miguel, para auxiliar en la búsqueda en alta mar, siguiendo la ruta que trazó el Barco San Miguel al salir del puerto de Mazatlán. ‘Borrasearon’ el canal de la isla Cerralvo, la misma isla en sus orillas, la fractura, el banco el Charro; recorrieron de la depresión Pescaderos hasta la  depresión  Farallón, pensando que la corriente los podría jalar, hasta el puerto de Mazatlán. Una vez en este puerto, recargaron gasavión para regresar por toda la orilla de Baja California Sur, desde Cabo San Lucas hasta la Isla Espíritu Santo, luego checaron todas las entradas de agua a la Bahía, sin encontrar rastro alguno del barco.

   El submarino del francés Jacques-Yves Cousteau, que fondeaba subrepticiamente en su barco Calipso, en el Golfo de California, se aprestó a la búsqueda sin resultado satisfactorio alguno. La presión de las profundidades del Mar de Cortés, obligaron al aqualung abandonar la búsqueda.

   Los días de batida y la navidad de ese diciembre de 1967 no pudo estar más deprimente: un hijo de uno de los tripulantes se paseó, rifle en mano, por las oficinas de los García Castro, amenazando con matar al que se le atravesara por el camino. La Armada de México se vio en la necesidad de llevárselo a la partida donde cubría sus servicios: Puerto Alcatraz, en la isla de Santa Margarita, hasta en tanto no asimilara el fallecimiento de su padre.

   La tripulación la componían Juan el Güilo García, capitán; Vicente Valenzuela, contramaestre; Manuel Puppo, maquinista; Simón Rosas, cocinero; Ángel Pettit, marinero; y un pavo, un enanito que era el hazmerreír de la tripulación, conocido como el mobiloil.

   La mala o la buena suerte hizo su aparición: A Vicente, el contramaestre, le dio un ataque al corazón, antes de que zarpara el barco del puerto de Mazatlán, ofreciéndose su hijo Miguel a hacer los trabajos del papá. Don Vicente fue trasladado al puerto de La Paz en otro barco de mayor envergadura, lo  que le ayudó a no aparecer entre los desaparecidos del barco San Miguel, evento que quedó registrado en dos corridos populares.

 

   Uno de esos corridos lo grabó el grupo Los Soñadores de La Paz, La letra es de Ricardo Ramírez Estrada y la cual dice:

 

 

Un veintidós de noviembre

Caso que hay que lamentar

Cuando el barco San Miguel

Que zarpó de Mazatlán

Y la mar se le interpuso

Y no lo dejó llegar.

 

Los tripulantes del barco

Eran de capacidad

Pero ese era su destino

Qué más se puede explicar

Si la mar embravecida

No los quiso perdonar.

 

Estrellita marinera

Tú que alumbras sobre el mar

Dile a la Virgen Bendita

Que no deje de implorar

Que ruegue por esas almas

Sepultadas en el mar.

 

La Paz tenía la esperanza

De poderlos encontrar

Porque la gente perdida

Toda era de ese lugar

Diosito dales consuelo

Pa´ que dejen de llorar.

 

 

Esos versos son compuestos

Sin poderme consolar

Cuando la mar se interpone

Es imposible escapar

Así perdieron la vida

El güilo, Simón y Manuel.

 

Es el destino del cielo

Y las leyes del que las manda

Ya no llores madrecita

No pierdas las esperanzas

El buque San Miguel

Al fondo del mar descansa.

 

   El otro corrido lo popularizó el profesor Luis Almeida Hirales, arreglista y cantautor, el cual dice:

 

 

Voy a contar un corrido

En el muelle del puerto

Acompañando al anciano

Que se muere en sus recuerdos

Esperando a su hijo amado

Que se quedó en el misterio.

 

Cuándo será ese gran día

Que regreses San Miguel

Y me traigas a mi hijo

Que en el mar se fue a perder

Un veintidós de noviembre

No lo quisiera creer.

 

Uno dicen que un chubasco

Otros que fue un huracán

Que voltearon al navío

En la mediación del mar

Pobrecito San Miguel

No te pudiste salvar.

 

Gritos de alerta se oían

De esos hombres inocentes

Ya las luces se apagaron

Todo se queda al garete

Y un maldito remolino

Se tragó a la pobre gente.

 

Los restos no aparecieron

El barco y los tripulantes

No regresaron al puerto

Que de Mazatlán un día

A La Paz ellos salieron.

 

El destino del cielo

Y las leyes del que las manda

Ya no llores madrecita

No pierdas las esperanzas

El buque de San Miguel

Al fondo del mar descansan.

 

 

   Las averiguaciones de Capitanía de Puerto arrojaron que la posición geográfica del último reporte fue en los 109 grados 29 minutos de longitud Oeste y 23 grados 57 minutos de latitud norte, a la entrada de la fractura de Cerralvo, entre las curvas batimétricas de 1500 y 2000 metros de profundidad, a 20 millas de la isla Cerralvo, y a 20 millas náuticas de la Ensenada de Muertos.

   Los científicos dedujeron que la línea sobre la que iba el barco está sobre una de las fallas subsidiarias de San Andrés, la cual, ese día sufrió un reacomodo en sus capas tectónicas, debido a un tsunami de 4.8 grados Richter, localizado a 12 kilómetros de profundidad, arrastrando al fondo del mar al pequeño barco San Miguel. El sistema de fallas geológicas están dispuestas en forma escalonada y unidas entre sí por segmentos de crestas oceánicas que se extienden a lo largo del Golfo de California (Geofísica Internacional 1992, vol 31, pp 279-287)

   -- Lo arrastró la corriente – Informó Santiago Puppo, viejo pescador que en el momento de la entrevista se encontraba ‘fileteando’ dos kilos de ‘lenguado’ para un vecino.

   -- Se fue por ojo – Diría Pedro Peregrino otro viejo, pero este estibador del muelle de La Paz.

   Efectivamente, la grieta que provoca el reacomodo tectónico produce una fuerte corriente que jala todo lo que se encuentra sobre la superficie del lugar, y fue en ese preciso momento de la sacudida que el San Miguel trataba de pasar por el lugar, a la hora equivocada.

   La línea que sigue la falla de San Andrés, por el Golfo de California, se inicia en el punto conocido como Montaña de Alarcón, la cual tiene una curva batimétrica de 2500 metros bajo el nivel del mar. Luego pasa por la fractura de Cerralvo, entre el banco del mismo nombre y la isla que hoy, por capricho de un funcionario público federal, se llama Jacques-Yves Cousteau (yac custou) la línea sigue por todo el litoral, pasando por la falla de Salsipuedes, a la altura de la isla Ángel de la Guarda, lugar  que  la  Baja California tiene un canal submarino y, por donde cruza la ballena blanca cada año para ir a parir a Ojo de Liebre.

   Esa oquedad natural permite la entrada de diversas especies como la sierra y el calamar, especies marinas que vienen a aliviar la economía de los pescadores ribereños del golfo de California.
 


Aurelio Puppo, sobrino de Manuel, maquinista del barco San Miguel, le tomó esta foto a su tío (el del brazo extendido) junto a dos amigos del Puerto de Mazatlán, sin imaginarse que el adiós de su pariente sería el último que se registrara con esta impresión pues la tripulación junto al barco desaparecieron en el fondo del mar, a la altura de la línea que se conoce como falla de San Andrés, a 20 millas de la isla Cerralvo y a 20 millas de Ensenada de Muertos. (Hoy Bahía de Ensueño)

  Jacques-Yves Cousteau, en el pequeño submarino Aqualung, recorrió el lugar, encontrando sólo al barco Korrigan IV y un barco atunero en el banco conocido como del Charro.