Capítulo I
“Una culebra”
El juego estaba emocionante; se mantenían en
extra innings. Al abrirse la doceava entrada, los cartones estaban 0 a 0. Por
el equipo de Los Ostioneros de Guaymas se mantenía sobre la loma de lanzamiento
Vicente “El Huevo” Romo, oriundo de Santa Rosalía, Baja California Sur; por el
equipo contrario otro Sudcaliforniano, pero éste de San José del Cabo, Salvador
“La Bullanga” Sánchez.
Como primer bateador se presentó Héctor
Torres a quien “El Huevo” Romo lo ponchó, luego dominó a Cosme Retamosa en rola
a la segunda base. Enseguida “El Borrego” Ortiz pegó un candente doble contra
la barda del jardín izquierdo tapando a Wilfredo Arano; el batazo le cortó la
respiración al manejador de Los Ostioneros “La Bachicha” Fraile ante la algarabía
de los venados y el ¡Aaahhh!, de los dos mil aficionados que se encontraban en
las gradas del estadio Abelardo L. Rodríguez. Como cuarto bateador se presentó
al Huevo Romo, en esa 12ava entrada, el lanzador josefino. Dicen los libritos
que por lo regular el pitcher que batea es dominado fácilmente.
Para lanzar al home, el ´Cachanía´ Romo
efectuó los movimientos propios; bajó la cabeza; se acomodó la gorra, de reojo
cuidó al “Borrego” en la segunda base; el cátcher le pidió la recta: ¡´Estraic´!,
contó el ampáyer “El Lobo” Castro; El “bullanga” salió nervioso del área del
bateador, regresó. Vicente Romo sonreía – Es mío – pensó. Volteó a la segunda
base, le pidió a sus jugadores que
cerraran el cuadro para detener al corredor o hacer ´aut´ en la primera base.
Pidió la señal de su receptor, aceptó el ‘eslider’, colocó los dedos sobre las
costuras de la pelota, vio al corredor, lanzó: ¡´Estraic´! Repitió el ampáyer Castro.
Las estadísticas estaban en contra del
“bullanga”: 2 strike, 0 bolas. 2 outs. Enseguida “El Huevo” Romo le pasó dos
bolas pegadas al cuerpo. Con ello se cumplió el adagio que se conoce como
“la cuenta de
los patitos”. “2 2 2”. Dicen los
conocedores que el bateador que tiene esos números es ponchado.
“La Bullanga” se ve inquieto, sabe de los
adagios. Pide tiempo, voltea al cielo. En esos momentos recuerda el juego con
Reynosa: en 13 entradas, con el juego empatado, propinó un “jonrón” que dejó a
los petroleros de Poza Rica en el campo. Se santiguó.
-- ¡Ay, papá! – Especuló el “huevo” – le voy
a pasar la recta, ja ja ja – reía en sus adentros. Cambió el pedido del cátcher,
le hizo señas con el rostro hacía delante. Se pusieron de acuerdo. Soltó la
bola.
-- ¡Ploaff! – Un batazo desganado pasa por
entre el segunda y el primera base.
-- ¡Parece una culebra! – Exclamó riéndose
el “Bullanga” al momento de correr hacia la primera base.
-- ¡Pa´ que cierran el cuadro! – Gritó el
“Pato” Caribe desde las gradas.
Al lanzamiento, el “Borrego” Ortiz había
salido al robo por indicaciones de su manejador. El jardinero derecho no
alcanzó a tirar para home ya que el corredor había llegado parado con la
carrera del desempate.
Al cierre de la doceava entrada, “La
Bullanga” salió en plan grande: sabedor que él había provocado la carrera del
desempate, influyó para lanzar con tranquilidad. Aunque su cuadro le jugó una
mala pasada con el primer bateador.
Graciano Enríquez pegó un elevadito al
derecho. Tawa Lizárraga quiso atrapar de “aire” pero la bola picó internándose
en la profundo del jardín convirtiéndose en un triple. El griterío apagó las
voces de los jugadores que pretendían encontrar error en el pitcher o en el
jardinero; en fin, los aficionados son así: gritan de gusto pero también
critican la labor del pelotero.
Los buenos beisbolistas demuestran su
grandeza creciéndose ante la adversidad: El segundo bateador, Ronnie Camacho,
después del dos bolas y dos ´estraic´, se ponchó con la bola que hizo famosos
al josefino; tenedor volteado, como le llamaba él a la bola que le afinó el
manejador de los broncos de Reynosa. Con esa bola enfrió las aspiraciones del
jonronero.
Como tercer bateador, el “Yaqui” Rios, con
la cuenta de una bola y un strike sacó una candente línea que atrapó el short
stop Remmes, éste sonrió al ver a Graciano que amenazó con despegarse de la
tercera base.
El cuarto bateador, el Pilo Gaspar, al
segundo lanzamiento pegó una línea hacía la antesala donde Héctor Torres tomó a
una mano para el tercer ´aut´.
La “Bullanga” Sánchez inmediatamente fue
felicitado por todos los de su equipo, mientras que el “Huevo” Romo fue
olvidado momentáneamente por sus compañeros. En el rostro del manejador se
observó una mirada cargada de emociones encontradas.
-- No pasa nada – Le dice la “Bachicha”
Fraile en un afán de simpatía – es sólo un juego más.
La tambora, salida de quién sabe dónde, vino
a alegrar, aún más, al gentío que empezó a bailar el sinaloense. Entre
berridos, aullidos y gritos, la “Bullanaga” era paseado en hombros entre los
aficionados que brincaron la valla del estadio.
Durante las 3 horas que duró el juego de
pelota, el “Pato” Caribe se había terminado un litro de tequila con limón y
sal. Este singular aficionado cada que tocaba puerto buscaba un estadio de
béisbol para ver jugar a sus paisanos. El “Pato” conoce metro a metro los
litorales de la península Sudcaliforniana, como también los de Sonora y
Sinaloa.
En 1950 acompañó al escritor inglés Mr.
Gadner a conocer el santuario de la ballena gris: Ojo de Liebre. En esta zona
existe una loma conocida como la Concha hasta donde entran las ballenas a
parir. El espectáculo es impresionante: unas entran y otras salen por entre
unos canales que para tal fin creó la madre naturaleza.
El “Pato” Caribe tiene una panza que bien le
podría caber un barril de 40 litros. De brazos gruesos, no del tipo fofo que no
hace nada o que sólo se la pasa comiendo y durmiendo, no. Los brazos de este
aficionado son fuertes pues los construyó al través del tiempo moviendo
cabezales y piezas enormes de la maquinaría de los barcos donde prestó sus
servicios como mecánico.
De un metro 85 centímetros de estatura y 140
kilos de peso hacen que cualquier mujer se fije en él. Completan su
constitución física unos ojos verdes, cabello ensortijado y tez de bronce,
curtida con los mares que bañan el Golfo de California y parte del Océano Pacífico hasta llegar a
las Islas Marías, Socorro y las Cliperton; esta última isla alguna vez fue de
los mexicanos pero al firmarse la venta de Nuevo México, la isla se fue entre
los escondidos papeles que no pudo leer el presidente Santana al tener un
magnífico fajo de billetes verdes entre sus manos.
Una vez que el “Pato” se terminó el litro de
tequila se retiró al cuarto del hotel, con la dama que lo acompañaba, donde
pasaron una velada cargada de erotismo y juegos lingüísticos que hicieron más
placentera la noche.
Otro día se curó la cruda con un caldo de
jaibas, cabeza de mero y camarón. Durante ese día no probó un sólo trago para
su mal estomacal: tomó eso sí, leche, refresco de soda, aguas frescas mientras
terminaba de darle rienda suelta a su fijación sexual. Por la noche se tomó una
copa “para dormir a gusto”.
Le contó a su amante ocasional que el
cabezal de un motor del barco “Tiburón” le cayó en el pie derecho, pero para su
buena suerte, el peso del fierro quebró el piso hacía la bodega, accidente que
le permitió “sacar” el pie donde sólo un raspón le quedó como mudo testigo de
su “buena estrella”. A partir de ahí cambió de oficio: de maquinista se
convirtió en pescador.
Con un palangar de 200 anzuelos dice que
logran capturar 20 o 30 toneladas de carne de tiburón. Lo que mejor utilizan de
esta especie son las aletas y el hígado. Las fibras de las aletas son muy cotizadas
como platillo entre los gourmets internacionales; del hígado sacan aceite para
venderlo en los Estados Unidos de Norteamérica.
Esa noche del 17 de octubre de 1966, en la
comodidad de su hogar, el “Bullanga” mostraba su euforia cantando, bailando,
riendo – Hubieras visto la cara del “Huevo” – Le confió a su esposa que lo veía
ir y venir por todos los rincones de su casa – no podía creer que un novato,
como él me dijo, le pudiera aguantar doce entradas y mucho menos que le bateara
empujando la carrera del gane.
-- Recuerda que la humildad es un don que
Dios nos dio – Comentó casi para sí la reina del hogar – no debemos reírnos del
caído – agregó – debemos recordar de dónde venimos, cuáles son nuestros
orígenes para que, cuando tropecemos en la vida, el golpe no nos duela tanto –
Hilda conocía bien a su esposo el cual se enojaba con suma facilidad cuando las
cosas no le salían como él quería.
-- Tienes razón vieja – Respondió con alegría
– ven, siéntate a mi lado – la
invitó a compartir
un espacioso sillón que tenían
frente al aparato de sonido que utilizaban para escuchar la música de Armando
Manzanero, sobre todo su canción favorita: Esta tarde vi llover, vi gente
correr y no estabas tú... – En 1948 mis padres me llevaron de San José del
Cabo a La Paz – empezó a relatar su origen – en Cabo mi papá se dedicaba a lo
que caía, en eso tuvo la oportunidad de manejar un taxi que empezó a conducir
en La Paz – suspiró hondo – cerca de la casa dónde llegamos vivía un señor que
tenía una tienda y nos platicaba que había jugado béisbol con la Suela Viosca,
yo creo que fue por esas charlas lo que ayudó a florecer mi afición por el
juego de pelota.