Por Sergio Ávila
Investigación histórico-literaria local
Desfallecientes se mostraban ya las postreras
ventiscas invernales de 1875, cuando se hallaba de regreso en La Paz el joven
Ernesto Blunac. Su edad la estimé entre 20 y 22 años pero, saber en qué puerto
levó anclas el buque o goleta en que arribó, así como cuál fue su profesión, su
nacionalidad o ascendencia son interrogantes que difícilmente podré
contestarme. Mediante escuetos informes acerca del mencionado visitante, sé que
el último día de aquel invierno terminó de escribir su atribulado poema titulado “A
un pueblo”, dedicado precisamente al virginal pueblo paceño de
finales del siglo XIX y, que se publicó el 27 de marzo del mismo año en el
rotativo local “La Baja California”.
El poema reviste gran calidad. Algunas de sus
estrofas expresan:
Diez años hace que tu virgen suelo,
Diez años hace que tu virgen suelo,
en la edad infantil yo conocí;
pura mi alma, cual el claro cielo,
nunca una nube de dolor yo vi.
Por eso yo al verte suelo hermoso,
un suspiro mi pecho exhaló;
pues recuerdo el tiempo que dichoso
gocé yo aquí y hoy ya voló…
¿Más qué hacer! sufrir y entre tanto
que nos presta la vida su ilusión;
recibe pueblo de mi voz el canto
que te dedica mi pobre corazón.
De acuerdo con el poema, Ernesto Blunac conoció La
Paz cuando era un niño de diez o doce años, supuestamente acompañado por sus
padres durante un viaje de placer entre 1863 y 1865; donde su alma infantil
encontró un espacio de dicha y de incomparable seguridad, aunque en
contraparte, sus inocentes ensoñaciones experimentaron un viraje inesperado. Es
posible que ese niño, por esos días se encontraba rondando el umbral de
su adolescencia, y al tener que abandonar esta Tierra se sintió
desprotegido y, de manera violenta presintió que ya no volvería a ser feliz;
pues al decir del educador y filósofo alemán Eduard Spranger, “el primer rasgo
característico (de la adolescencia temprana) es una profunda soledad”.
Esperaba ver un mundo casi utópico. Pudiéramos
decir que transitó en un constante vaivén, dando tumbos por doquier; en fin, le
tocó una atormentada existencia, según él mismo lo expresa en otras estrofas de
su poema: “El mundo se mostró muy lisonjero… y al penetrar en él hallé la
muerte… pues al cruzar el mar de las pasiones en su furia las olas nos
envuelven… eterno sufrir es la existencia”.
Este joven calificó al destino como su “rudo
compañero”; posiblemente con el correr de los años cambió su concepto
acerca del destino, desechando esa actitud determinista, muy distinta a
la asumida por Amado Nervo, pues al considerarse arquitecto de su propio
destino, el poeta nayarita estaba plenamente consciente del recurso del libre
albedrío, pues es un acto voluntario y racional, que en opinión del humanista
Gutiérrez Sáenz no contradice a Dios, ya que, efectivamente, Él es “causa
primera de todo cuanto acontece, pero eso no quita su poder a las causas
segundas”.
Me figuro ver a Ernesto Blunac recluido en su
cuarto escribiendo el poema. Afuera de su hotel veo a unos hortelanos
ofreciendo sus productos casa por casa: ¡Marchantita, llegó la fruta y la
verdura! Calle abajo un pescador con su palanca en hombros pregona: ¡Caguamaaaa! ,
y en la lejanía escucho los lamentos de un robusto “cochi” que
acaba de entregar su vida a don Cipriano el matancero.
A estas griterías se solidarizan los rebuznidos
desde el sur del pueblo, los mugidos desde el norte, y una sinfonía de graves
ladridos y agudos maullidos en la acera contraria al hotel. Sale una regordeta
señora con una escoba hecha con fibras de palma datilera apartando a los
contendientes de esa batalla campal: el “Pinto” y el “Barrabás”
salen de estampida, mientras los felinos barcinos saltan al tejado de madera.
Esta situación no parece perturbar al bardo, que
continúa humedeciendo pluma en el tintero; cuenta sílabas, tacha, vuelve a
escribir…
El poeta deja la pluma y se asoma por la ventana de
su aposento; desde allí observa al presuroso cochero saltar del pescante,
quitarse el chambergo y ofrecer su diestra para que desciendan las güeras Mrs.
y Miss Mc Kinnon, o lo que es lo mismo, un par de ropajudas y sudorosas
inglesitas. La diligencia se retira lentamente a la caballeriza… en su costado
leo la razón social: “Compañía de diligencias de la Baja California”.
Ernesto Blunac retoma su pluma de ave, y escribe el
siguiente verso…
Un
cercano día sabatino acompañé al periodista y profesor Luis Dibene Geraldo al
barrio “El Esterito”. ¿El motivo? Una reunión amistosa
en casa del señor Enrique “Kiki” Alonso; integrante de una de
las familias más distinguidas y estimadas de la ciudad.
En
ese convivio se conversó animadamente sobre diversos temas, degustando los
presentes unas ricas botanas y una que otra sudorosa ambarina, siempre en
franca camaradería. Más tarde cambié de lugar y jalé mi silla al lado de un
sonriente caballero -ya entrado en años-, que sentado en su poltrona, desde
hacía rato se encontraba arrancando alegres notas a un viejo violín.
Conversé
con él hasta ya entrada la tarde y dijo llamarse Braulio Murillo Amador, nacido
el 26 de marzo de 1929 en el rancho “La Soledad”, delegación de Los
Dolores, municipio de La Paz y fue bautizado en la capillita del lugar, situada
a cincuenta metros de la casa donde nació. Sus padres fueron don Tomás Murillo
y la señora Águeda Amador.
Su
progenitor se dedicaba a la confección de zapatos cuyas pieles el mismo curtía.
Esta pareja procreó a tres hijos varones, siendo el entrevistado el menor de
ellos, asimismo el único sobreviviente. Tocante a su desempeño laboral, trabajó
como operador de maquinaria pesada en la empresa constructora TYCSA desde 1950
a 1953.
Conserva
gratos recuerdos de quien fuera su maestra de primaria en “La Soledad”;
la profesora Ángela Márquez, que al correr del tiempo fue la suegra de don
Francisco “Pancho” Quijada; padre de mis amigos Paco y Manuel.
Tampoco olvida los cuentos que le contaban sus padres a él y a sus
hermanos durante aquellas apacibles y lejanas noches en el rancho.
De
igual manera, muy presente tiene las imágenes y canciones
aparecidas en las películas de Pedro Infante que disfrutó en sus años
juveniles. Fue Tomador de Tiempo en la “Comisión de Box y Lucha Libre” local
desde 1967 a 2008. Siendo gobernador del estado el Lic. Víctor Manuel Liceaga
Ruibal, a don Braulio le hizo entrega de un Reconocimiento por su gran
desempeño y permanencia en la actividad boxística. Es una persona muy sana a
quien no le gusta beber ni fumar.
El
violín que tenía en sus manos nuestro entrevistado era nada menos que un Stradivarius,
construido en 1716, que este año de 2016 cumple 300 años de existencia. Se
estima que sólo quedan unos 600 de los 1200 que construyó el italiano Antonio
Stradivari en el periodo 1677-1727. ¡Una verdadera reliquia! Perteneció a su
padrino don Tomás Amador Amador, que fue músico y talabartero en aquella región
de “Los Dolores”.
Un
buen día se lo obsequió a su ahijado Braulio, quien aprendió a tocarlo a la
edad de 17 años. La primera melodía que aprendió fue “Las Gaviotas”,
del compositor pachuqueño Manuel Esquivel Durán, -quien dicho sea de paso formó
parte de las bandas de guerra de los generales Francisco Villa y de Felipe
Ángeles-. Poco después ya sabía tocar “La mancornadora”, “Guadalajara”,
“Flor de las flores”, “Los barandales del puente”, “Teresita de mis
amores”, el vals “Sobre las olas”, entre otras.
Según
parece, las notas emitidas por esta clase de violines producen un
efecto mágico-afrodisíaco, pues don Braulio
Murillo Amador procreó 14 hijos; ocho con su primera esposa, quien
desafortunadamente falleció, y seis con su actual cónyuge, la profesora Silvia
Gómez. Al paso del tiempo logró lo que tanto anheló, ser propietario de una
peluquería, misma que trabajó durante muchos años.
Se
retiró del oficio y entregó la peluquería “Murillo” a sus
hijos, quienes de manera tan profesional y amable siguen atendiendo. El
entrevistado, después de realizar algunas labores en su hogar se traslada al
negocio para estar cerca de sus muchachos y, platicar con multitud de amigos y
clientes que allí acuden. El caballero del violín, finalmente me dijo: “Estoy
agradecido con la vida, especialmente con mi familia”
La soprano española Isabella Colbran era amante del
empresario italiano Domenico Barbaia. Después lo fue del músico, también
italiano, Antonio Rossini, autor de las óperas ”Otelo”, “La
cenerentola”, “El barbero de Sevilla”,entre otras.
Rossini se casó con Isabella Colbran y, al año de fallecer ésta contrajo nuevas
nupcias con Olympe Pélissier en el año 1846, quien era su amante. Olympe había
sido favorita ocasional del escritor francés Honorato de Balzac, - autor
de “Eugenia Grandet”.
La condesa polaca Eveline de la Hanska, estando
casada y con hijos, le envió una carta a Honorato de Balzac, firmando
como “La extranjera”. Después de ser amantes se casaron en el
año 1850. A los cinco meses de casado Balzac falleció; pero la condesa
Eveline revivió, pues tomó algunos amantes, entre ellos a Champfleury.
Augusta, una media hermana del poeta londinense
lord Byron, hija de un anterior matrimonio de su padre, estando casada se
enamoró de él y de esa relación incestuosa nació una niña, que llevó el nombre
de Medora. Por otra parte, Lady Carolina Lamb, casada con un joven
político, -que al correr del tiempo fuera consejero de la reina Victoria- ,
mantuvo un romance con lord Byron. Éste la abandonó porque era demasiado
posesiva. A la condesa italiana Teresa Guiccioli se le olvidó que estaba
casada, y mantuvo un affaire durante un año con lord Byron, pues el poeta tuvo
que partir a Grecia.
En la novela “Germinal”, de Emile
Zola, la “Pierrón” es la esposa del minero Pierrón y
amante del capataz Dansaert. Mientras uno de ellos trabaja de día, el otro lo
hacía de noche; o sea, que la bella francesita jamás estaba sola. La
novela se desarrolla en un centro minero de carbón en el norte de Francia a
fines del siglo XIX; tiempos en que al carbón se le llamaba “el
pan de la industria”.
A la princesa Ana de Sajonia, la esposa de
Guillermo I “El silencioso”, le fascinaba compartir la alcoba
con el flamenco Jan Rubens.
Por otra parte, Cósima Liszt, hija del reconocido
pianista Franz Liszt, casada con el también pianista Hans Von Bulow, salió dos
veces embarazada del genial músico Ricardo Wagner.
Margarita Gautier, en la novela “La dama de
las camelias”, del escritor francés Alejandro Dumas -hijo-, es una
cortesana, amante del barón Varvillas, pero encontró el verdadero amor en el
joven Armando Duval, un escritor pobre.
A la reina Juana de Portugal, esposa de Enrique IV
de Castilla “El impotente”,se le veía platicar seguido
con Beltrán de la Cueva; y de esas platicaderas nació Juanita, mejor conocida
como “La Beltraneja”.
Isabeu de Wittelsbach, esposa de Carlos VI, se
entregó a su cuñado, el duque de Orleans. De esta relación nació el futuro
Carlos VII.
Por su parte, la inglesita lady Jane Ellenborough
no quiso pasar despercibida y, no obstante estar casada tuvo un hijo con el
austriaco Félix Schwarzenberg.
En “La cartuja de Parma”, novela
del francés Stendhal; el clérigo Fabricio del Dongo expresa apasionados
sermones, con el fin de que Sanseverina -casada-, acuda a misa. Ella se le
entrega y deja de predicar el sacrílego religioso.
La españolita María Luisa de Parma, esposa de
Carlos IV “El asno ciego”, tuvo a los siguientes amantes:
Manuel de Godoy, Agustín de Lancaster, Juan Pignatelli, y el conde de Teba.
Isabel II, nieta de María Luisa de Parma, casada con Francisco de Asís de
Borbón quedó empatada con su abuelita, porque también le dio batería a cuatro
galanes: Emilio Arrieta, Carlos Marfori, José Ruiz de Arana, y Carlos Puigmoltó
y Mayans.
Tal vez por el inclemente frío, Catalina II de
Rusia y mi tocayo Sergio Saltikov, en relación adúltera procrearon
a quien más tarde fue Pablo I. Y por si fuera poco, Pablo perdió a su
primera esposa, Guillermina Von Hessen-Darmastadt, que murió pariendo al hijo
de uno de sus mejores amigos.
En la novela del francés Gustavo Flaubert, “Madame
Bovary”, Emma es esposa de un médico de provincia; noble pero aburrido, por
lo que ella buscó amores románticos, inspirándose en las novelas que leía.
Finalmente, comentaré sobre la novela “Cien
años de soledad”, del colombiano Gabriel García Márquez. En el pueblo
de Macondo, la morenaza Amaranta Úrsula se hace amante de su primo Aureliano
Buendía, -estando casada con Gastón-, a quien termina por carta. Gastón acepta
y en contestación les desea que sean felices y, les previene sobre las
imperfecciones de la pasión. Y continuaron amándose dentro de esa “inconsciencia
feliz”. Pero, Aureliano Buendía descubrió demasiado tarde en
unos pergaminos, que Amaranta Úrsula no era su prima,… ¡sino su tía!
¿De cuántas palabras debe integrarse un título
corto y uno largo, y por ende, uno mediano en una obra escrita? ¡Que cada quien
otorgue su propia respuesta! Simplemente ejemplificaré los títulos de una serie
de libros de variada temática, antiguos y contemporáneos.
Con una palabra: “María”, del
colombiano Jorge Isaacs, y “Santa”, del mexicano Federico Gamboa.
Con dos: “Eugenia Grandet”, del francés
Honorato de Balzac, y “Doña Perfecta”, del canaerense Benito Pérez
Galdós.
Con tres: “El señor presidente”, del
guatemalteco Miguel Ángel Asturias, y “Los tres mosqueteros”, del
francés Alejandro Dumas.
Con cuatro: “Cien años de soledad”, del
colombiano Gabriel García Márquez, y “Cuentos de la selva”, del uruguayo
Horacio Quiroga.
Con cinco: “En mis ratos de soledad”,
de Manuel Márquez de León y, “Guía familiar de Baja California”, de
Pablo L. Martínez, ambos autores sudcalifornianos.
Con seis: “El mundo es ancho y ajeno”, del
peruano Ciro Alegría, y “Anales de la corona de Aragón”, del español
Jerónimo de Zurita.
Con siete: “La vuelta al día en ochenta
mundos”, del belgoargentino Julio Cortazar, y “El discutido
testamento de Gastón de Puyparlier”, del español Javier Tomeo.
Con nueve: “Historia de la vida del buscón
llamado don Pablos”, del español Francisco de Quevedo, y la “Historia
de los movimientos, separación y guerra de Cataluña”, del
portugués Francisco Manuel de Melo.
Con diez: “Historia del famoso predicador
fray Gerundio de Campazas, alias Zotes”, del español José
Francisco de Isla, y la “Historia de Santo Domingo desde el
descubrimiento hasta nuestros días”, del dominicano Antonio del Monte y Tejada.
Demos un salto y sigamos con uno de veintidós
palabras: “Tratado nuevamente impresso de todas las enfermedades de los
riñones, vexiga, y carnosidades de la verga, y urina, dividido en tres
libros”, editado en
Madrid en el año de 1588 por el galeno español
Francisco Díaz.
Otro salto, ahora con cuarenta y
cuatro: “Primera, Segunda y Tercera Parte de la Historia
medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales
que sirven en medicina. Van en esta impresión la Tercera parte y el Diálogo del
Hierro nuevamente hechos que no se han impreso hasta ahora”, publicado
en 1574 por el médico sevillano Nicolás Monardes.
Sólo me queda un título por mencionar. Es un libro
impreso en Inglaterra a principios del siglo XVII de autor anónimo. Sir Walter
Scott –el padre de la novela histórica- poseía un ejemplar y, precisamente en “El
anticuario” se hace referencia a esta obra, cuyo título es el
siguiente:
“Extrañas y prodigiosas noticias de
Chipping-Norton, en el condado de Oxon, acerca de ciertas espantosas
apariciones que fueron vistas en el aire, el 26 de julio de 1610, a las nueve y
media de la noche, y que continuaron hasta las once, durante cuyo tiempo vióse
aparecer en la atmósfera espadas de fuego y extraños cuerpos pertenecientes a
las órbitas superiores; con el nunca visto semejante titileo de las estrellas:
con la relación de la apertura de los cielos, y curiosas apariciones que
mostraron, con otras circunstancias prodigiosas jamás oídas en ninguna época
del mundo, para inmenso asombro de los que tal admiraron, según le fue
comunicado por carta a un cierto Mr. Colley, que vivía en West Smithfield, y
atestiguado por Tomás Brown, Isabel Greenaway y Ana Gutheridge, que fueron
testigos presenciales de las espantosas apariciones. Y si alguien desea
informarse más circunstanciadamente de la verdad de esta relación, diríjase a
míster Nightingale, en la posada del Oso, de West Smithfield, en donde verá
satisfechos sus deseos”.
¿Qué les parece el título de esta joya de la
literatura inglesa?
¡Solamente se compone por ciento setenta palabras!
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