domingo, 23 de octubre de 2016

Cultura, Contacto Político 297


Por Sergio Ávila
Investigación histórico-literaria local
Desfallecientes se mostraban ya las postreras ventiscas invernales de 1875, cuando se hallaba de regreso en La Paz el joven Ernesto Blunac. Su edad la estimé entre 20 y 22 años pero, saber en qué puerto levó anclas el buque o goleta en que arribó, así como cuál fue su profesión, su nacionalidad o ascendencia son interrogantes que difícilmente podré contestarme. Mediante escuetos informes acerca del mencionado visitante, sé que el último día de aquel invierno terminó de escribir su atribulado poema titulado “A un pueblo”, dedicado precisamente  al virginal pueblo paceño de finales del siglo XIX y, que se publicó el 27 de marzo del mismo año en el rotativo local “La Baja California”.
El poema reviste gran calidad. Algunas de sus estrofas expresan:
Diez años hace que tu virgen suelo,
en la edad infantil yo conocí;
pura mi alma, cual el claro cielo,
nunca una nube de dolor yo vi.
Por eso yo al verte suelo hermoso,
un suspiro mi pecho exhaló;
pues recuerdo el tiempo que dichoso
gocé yo aquí y hoy ya voló…
¿Más qué hacer! sufrir y entre tanto
que nos presta la vida su ilusión;
recibe pueblo de mi voz el canto
que te dedica mi pobre corazón.
De acuerdo con el poema, Ernesto Blunac conoció La Paz cuando era un niño de diez o doce años, supuestamente acompañado por sus padres durante un viaje de placer entre 1863 y 1865; donde su alma infantil encontró un espacio de dicha y de incomparable seguridad, aunque en contraparte, sus inocentes ensoñaciones experimentaron un viraje inesperado. Es posible que ese niño,  por esos días se encontraba rondando el umbral de su adolescencia, y al  tener que abandonar esta Tierra se sintió desprotegido y, de manera violenta presintió que ya no volvería a ser feliz; pues al decir del educador y filósofo alemán Eduard Spranger, “el primer rasgo característico (de la adolescencia temprana) es una profunda soledad”.
Esperaba ver un mundo casi utópico. Pudiéramos decir que transitó en un constante vaivén, dando tumbos por doquier; en fin, le tocó una atormentada existencia, según él mismo lo expresa en otras estrofas de su poema: “El mundo se mostró muy lisonjero… y al penetrar en él hallé la muerte… pues al cruzar el mar de las pasiones en su furia las olas nos envuelven… eterno sufrir es la existencia”.
Este joven calificó al destino como su “rudo compañero”; posiblemente con el correr de los años cambió su concepto acerca del destino, desechando esa actitud determinista, muy distinta  a la asumida por Amado Nervo, pues al considerarse arquitecto de su propio destino, el poeta nayarita estaba plenamente consciente del recurso del libre albedrío, pues es un acto voluntario y racional, que en opinión del humanista Gutiérrez Sáenz no contradice a Dios, ya que, efectivamente, Él es “causa primera de todo cuanto acontece, pero eso no quita su poder a las causas segundas”.
Me figuro ver a Ernesto Blunac recluido en su cuarto escribiendo el poema. Afuera de su hotel veo a unos hortelanos ofreciendo sus productos casa por casa: ¡Marchantita, llegó la fruta y la verdura! Calle abajo un pescador con su palanca en hombros pregona: ¡Caguamaaaa! , y en la lejanía escucho los lamentos de un robusto “cochi” que acaba de entregar su vida a don Cipriano el matancero.
A estas griterías se solidarizan los rebuznidos desde el sur del pueblo, los mugidos desde el norte, y una sinfonía de graves ladridos y agudos maullidos en la acera contraria al hotel. Sale una regordeta señora con una escoba hecha con fibras de palma datilera apartando a los contendientes de esa batalla campal: el “Pinto” y el “Barrabás” salen de estampida, mientras los felinos barcinos saltan al tejado de madera.
Esta situación no parece perturbar al bardo, que continúa humedeciendo pluma en el tintero; cuenta sílabas, tacha, vuelve a escribir…
Rumbo al sureste se divisa una nube de polvo. Poco a poco se escuchan más fuerte las pisadas y, en unos minutos se perfila en la calle una impresionante diligencia, la que desde las  cuatro de la mañana partió desde “El Triunfo”; para ser más preciso, desde enfrente de la casa del señor Manuel Pérez. Al llegar frente al “Hotel del Progreso”, donde es la estación, el cochero tira con fuerza de las riendas y los extenuados caballos se lo agradecen con varios resoplidos.
El poeta deja la pluma y se asoma por la ventana de su aposento; desde allí observa al presuroso cochero saltar del pescante, quitarse el chambergo y ofrecer su diestra para que desciendan las güeras Mrs. y Miss Mc Kinnon, o lo que es lo mismo, un par de ropajudas y sudorosas inglesitas. La diligencia se retira lentamente a la caballeriza… en su costado leo la razón social: “Compañía de diligencias de la Baja California”.
Ernesto Blunac retoma su pluma de ave, y escribe el siguiente verso…


Un cercano día sabatino acompañé al periodista y profesor Luis Dibene Geraldo al barrio “El Esterito”. ¿El motivo? Una reunión  amistosa en casa del señor Enrique “Kiki” Alonso; integrante de una de las familias más distinguidas y estimadas de la ciudad.
 En ese convivio se conversó animadamente sobre diversos temas, degustando los presentes unas ricas botanas y una que otra sudorosa ambarina, siempre en franca camaradería. Más tarde cambié de lugar y jalé mi silla al lado de un sonriente caballero -ya entrado en años-, que sentado en su poltrona, desde hacía rato se encontraba arrancando alegres notas a un viejo violín.
Conversé con él hasta ya entrada la tarde y dijo llamarse Braulio Murillo Amador, nacido el 26 de marzo de 1929 en el rancho “La Soledad”, delegación de Los Dolores, municipio de La Paz y fue bautizado en la capillita del lugar, situada a cincuenta metros de la casa donde nació. Sus padres fueron don Tomás Murillo y la señora Águeda Amador.
 Su progenitor se dedicaba a la confección de zapatos cuyas pieles el mismo curtía. Esta pareja procreó a tres hijos varones, siendo el entrevistado el menor de ellos, asimismo el único sobreviviente. Tocante a su desempeño laboral, trabajó como operador de maquinaria pesada en la empresa constructora TYCSA desde 1950 a 1953.
También ejerció la labor de cocinero en isla “San José”, ubicada en el golfo de California, a unos ochenta kilómetros de La Paz. Don Braulio fue famoso por su elaboración de suculentos platillos, entre otros, CaguamaSopa de almejas y diversos guisos. También hacía sabrosas tortillas de harina y horneaba pan dulce y salado. A los dieciocho años de edad -1947- aprendió el oficio de peluquero. El caballero del violín, desde muy joven siempre traía en mente esta frase: “Algún día llegaré a ser un trabajador independiente…”
Conserva gratos recuerdos de quien fuera su maestra de primaria en “La Soledad”; la profesora Ángela Márquez, que al correr del tiempo fue la suegra de don Francisco “Pancho” Quijada; padre de mis amigos Paco y Manuel. Tampoco olvida los cuentos que  le contaban sus padres a él y a sus hermanos durante aquellas apacibles y lejanas noches en el rancho.
 De igual manera, muy presente tiene las imágenes y canciones  aparecidas  en las películas de Pedro Infante que disfrutó en sus años juveniles. Fue Tomador de Tiempo en la “Comisión de Box y Lucha Libre” local desde 1967 a 2008. Siendo gobernador del estado el Lic. Víctor Manuel Liceaga Ruibal, a don Braulio le hizo entrega de un Reconocimiento por su gran desempeño y permanencia en la actividad boxística. Es una persona muy sana a quien no le gusta beber ni fumar.
El violín que tenía en sus manos nuestro entrevistado era nada menos que un Stradivarius, construido en 1716, que este año de 2016 cumple 300 años de existencia. Se estima que sólo quedan unos 600 de los 1200 que construyó el italiano Antonio Stradivari en el periodo 1677-1727. ¡Una verdadera reliquia! Perteneció a su padrino don Tomás Amador Amador, que fue músico y talabartero en aquella región de  “Los Dolores”.
 Un buen día se lo obsequió a su ahijado Braulio, quien aprendió a tocarlo a la edad de 17 años. La primera melodía que aprendió fue “Las Gaviotas”, del compositor pachuqueño Manuel Esquivel Durán, -quien dicho sea de paso formó parte de las bandas de guerra de los generales Francisco Villa y de Felipe Ángeles-. Poco después ya sabía tocar “La mancornadora”, “Guadalajara”, “Flor de las flores”, “Los barandales del puente”, “Teresita de mis amores”, el vals “Sobre las olas”, entre otras.
Según parece, las notas emitidas por  esta clase de violines producen un efecto  mágico-afrodisíaco, pues  don  Braulio Murillo Amador procreó 14 hijos; ocho con su primera esposa, quien desafortunadamente falleció, y seis con su actual cónyuge, la profesora Silvia Gómez. Al paso del tiempo logró lo que tanto anheló, ser propietario de una peluquería, misma que trabajó durante muchos años.
Se retiró del oficio y entregó la peluquería “Murillo” a sus hijos, quienes de manera tan profesional y amable siguen atendiendo. El entrevistado, después de realizar algunas labores en su hogar se traslada al negocio para estar cerca de sus muchachos y, platicar con multitud de amigos y clientes que allí acuden. El caballero del violín, finalmente me dijo: “Estoy agradecido con la vida, especialmente con mi familia”


La soprano española Isabella Colbran era amante del empresario italiano Domenico Barbaia. Después lo fue del músico, también italiano, Antonio Rossini, autor de las óperas ”Otelo”, “La cenerentola”, “El barbero de Sevilla”,entre otras. Rossini se casó con Isabella Colbran y, al año de fallecer ésta contrajo nuevas nupcias con Olympe Pélissier en el año 1846, quien era su amante. Olympe había sido favorita ocasional del escritor francés Honorato de Balzac, - autor de “Eugenia Grandet”.
La condesa polaca Eveline de la Hanska, estando casada y con hijos, le envió una carta a Honorato de Balzac, firmando como “La extranjera”. Después de ser amantes se casaron en el año 1850.  A los cinco meses de casado Balzac falleció; pero la condesa Eveline revivió, pues tomó algunos amantes, entre ellos a Champfleury.
Augusta, una media hermana del poeta londinense lord Byron, hija de un anterior matrimonio de su padre, estando casada se enamoró de él y de esa relación incestuosa nació una niña, que llevó el nombre de Medora. Por otra parte, Lady Carolina Lamb, casada con un joven político, -que al correr del tiempo fuera consejero de la reina Victoria- , mantuvo un romance con lord Byron. Éste la abandonó porque era demasiado posesiva. A la condesa italiana Teresa Guiccioli se le olvidó que estaba casada, y mantuvo un affaire durante un año con lord Byron, pues el poeta tuvo que partir a Grecia.
En la novela “Germinal”, de Emile Zola, la “Pierrón” es la esposa del minero Pierrón y amante del capataz Dansaert. Mientras uno de ellos trabaja de día, el otro lo hacía de noche; o sea, que la bella francesita jamás estaba sola. La novela se desarrolla en un centro minero de carbón en el norte de Francia a fines del siglo XIX; tiempos en que al carbón se le llamaba “el pan de la industria”. 
A la princesa Ana de Sajonia, la esposa de Guillermo I “El silencioso”, le fascinaba compartir la alcoba con el flamenco Jan Rubens.
Por otra parte, Cósima Liszt, hija del reconocido pianista Franz Liszt, casada con el también pianista Hans Von Bulow, salió dos veces embarazada del genial músico Ricardo Wagner.
Margarita Gautier, en la novela “La dama de las camelias”, del escritor francés Alejandro Dumas -hijo-, es una cortesana, amante del barón Varvillas, pero encontró el verdadero amor en el joven Armando Duval, un escritor pobre. 
A la reina Juana de Portugal, esposa de Enrique IV de Castilla “El impotente”,se le veía platicar seguido con Beltrán de la Cueva; y de esas platicaderas nació Juanita, mejor conocida como “La Beltraneja”.
Isabeu de Wittelsbach, esposa de Carlos VI, se entregó a su cuñado, el duque de Orleans. De esta relación nació el futuro Carlos VII.
Por su parte, la inglesita lady Jane Ellenborough no quiso pasar despercibida y, no obstante estar casada tuvo un hijo con el austriaco Félix Schwarzenberg.
En “La cartuja de Parma”, novela del francés Stendhal; el clérigo Fabricio del Dongo expresa apasionados sermones, con el fin de que Sanseverina -casada-, acuda a misa. Ella se le entrega y deja de predicar el sacrílego religioso.
La españolita María Luisa de Parma, esposa de Carlos IV “El asno ciego”, tuvo a los siguientes amantes: Manuel de Godoy, Agustín de Lancaster, Juan Pignatelli, y el conde de Teba. Isabel II, nieta de María Luisa de Parma, casada con Francisco de Asís de Borbón quedó empatada con su abuelita, porque también le dio batería a cuatro galanes: Emilio Arrieta, Carlos Marfori, José Ruiz de Arana, y Carlos Puigmoltó y Mayans.
Tal vez por el inclemente frío, Catalina II de Rusia y mi tocayo Sergio Saltikov, en relación adúltera procrearon a quien más tarde fue Pablo I. Y por si fuera poco, Pablo perdió a su primera esposa, Guillermina Von Hessen-Darmastadt, que murió pariendo al hijo de uno de sus mejores amigos.
En la novela del francés Gustavo Flaubert, “Madame Bovary”, Emma es esposa de un médico de provincia; noble pero aburrido, por lo que ella buscó amores románticos, inspirándose en las novelas que leía.
Lucrecia Borgia se casó tres veces; la última con Alfonso D’ Este, y habiendo salido embarazada de un amante, murió desangrada al inducirse el aborto.
Finalmente, comentaré sobre la novela “Cien años de soledad”, del colombiano Gabriel García Márquez. En el pueblo de Macondo, la morenaza Amaranta Úrsula se hace amante de su primo Aureliano Buendía, -estando casada con Gastón-, a quien termina por carta. Gastón acepta y en contestación les desea que sean felices y, les previene sobre las imperfecciones de la pasión. Y continuaron amándose dentro de esa “inconsciencia feliz”. Pero, Aureliano Buendía descubrió demasiado tarde en unos pergaminos, que Amaranta Úrsula no era su prima,… ¡sino su tía!

¿De cuántas palabras debe integrarse un título corto y uno largo, y por ende, uno mediano en una obra escrita? ¡Que cada quien otorgue su propia respuesta! Simplemente ejemplificaré los títulos de una serie de libros de variada temática, antiguos y contemporáneos.
Con una palabra: “María”, del colombiano Jorge Isaacs, y “Santa”, del mexicano Federico Gamboa.
Con dos: “Eugenia Grandet”, del francés Honorato de Balzac, y “Doña Perfecta”, del canaerense Benito Pérez Galdós.
Con tres: “El señor presidente”, del  guatemalteco Miguel Ángel Asturias, y “Los tres mosqueteros”, del francés Alejandro Dumas.
Con cuatro: “Cien años de soledad”, del colombiano Gabriel García Márquez, y “Cuentos de la selva”, del uruguayo Horacio Quiroga.
Con cinco: “En mis ratos de soledad”, de Manuel Márquez de León y, “Guía familiar de Baja California”, de Pablo L. Martínez, ambos autores sudcalifornianos.
Con seis: “El mundo es ancho y ajeno”, del peruano Ciro Alegría, y “Anales de la corona de Aragón”, del español Jerónimo de Zurita.
Con siete: “La vuelta al día en ochenta mundos”, del belgoargentino Julio Cortazar, y “El discutido testamento de Gastón de Puyparlier”, del español Javier Tomeo.
Con ocho “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha”, del españolísimo Miguel de Cervantes y Saavedra, y “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”, del chileno Pablo Neruda.
Con nueve: “Historia de la vida del buscón llamado don Pablos”, del español Francisco de Quevedo, y la “Historia de los movimientosseparación y guerra de Cataluña”, del portugués Francisco Manuel de Melo.
Con diez: “Historia del famoso predicador fray Gerundio de Campazasalias Zotes”, del español José Francisco de Isla, y la “Historia de Santo Domingo desde el descubrimiento hasta nuestros días”, del dominicano Antonio del Monte y Tejada.
Demos un salto y sigamos con uno de veintidós palabras: “Tratado nuevamente impresso de todas las enfermedades de los riñones, vexiga, y carnosidades de la verga, y urina, dividido en tres libros”, editado en
Madrid en el año de 1588  por el galeno español Francisco Díaz. 
Otro salto, ahora  con cuarenta y cuatro: “Primera, Segunda y Tercera Parte de la Historia medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales que sirven en medicina. Van en esta impresión la Tercera parte y el Diálogo del Hierro nuevamente hechos que no se han impreso hasta ahora”, publicado en 1574 por el médico sevillano Nicolás Monardes.
Sólo me queda un título por mencionar. Es un libro impreso en Inglaterra a principios del siglo XVII de autor anónimo. Sir Walter Scott –el padre de la novela histórica- poseía un ejemplar y, precisamente en “El anticuario”  se hace referencia a esta obra, cuyo título es el siguiente:
“Extrañas y prodigiosas noticias de Chipping-Norton, en el condado de Oxon, acerca de ciertas espantosas apariciones que fueron vistas en el aire, el 26 de julio de 1610, a las nueve y media de la noche, y que continuaron hasta las once, durante cuyo tiempo vióse aparecer en la atmósfera espadas de fuego y extraños cuerpos pertenecientes a las órbitas superiores; con el nunca visto semejante titileo de las estrellas: con la relación de la apertura de los cielos, y curiosas apariciones que mostraron, con otras circunstancias prodigiosas jamás oídas en ninguna época del mundo, para inmenso asombro de los que tal admiraron, según le fue comunicado por carta a un cierto Mr. Colley, que vivía en West Smithfield, y atestiguado por Tomás Brown, Isabel Greenaway y Ana Gutheridge, que fueron testigos presenciales de las espantosas apariciones. Y si alguien desea informarse más circunstanciadamente de la verdad de esta relación, diríjase a míster Nightingale, en la posada del Oso, de West Smithfield, en donde verá satisfechos sus deseos”.
¿Qué les parece el título de esta joya de la literatura inglesa?

¡Solamente se compone por ciento setenta palabras!

No hay comentarios:

Publicar un comentario